El Anillo de los Nibelungos, El Crepúsculo de los Dioses
Mayo 2026 | ||||||
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El anillo del nibelungo – El ocaso de los dioses
Richard Wagner [1813 – 1883]
Tercer día – Festival escénico en tres jornadas y una víspera
Estreno: 17 de agosto de 1876 en Bayreuth
Estreno en la Deutsche Oper Berlin: 17 de octubre de 2021
6 horas 15 minutos / 2 intermedios
En alemán con subtítulos en alemán e inglés
Charla introductoria (en alemán): 45 minutos antes de cada función
Sobre la función
La parte final de la tetralogía amplía aún más el horizonte. Siegfried parte «hacia nuevas glorias», encontrándose con personas guiadas por la codicia y la ambición, sin escrúpulos en su afán de poder. Sin Brünnhilde a su lado, el héroe cae víctima de una conspiración en el salón de los Gibichung, desencadenando el fin del viejo mundo, aún bajo la maldición que Alberich lanzó sobre el anillo en EL ORO DEL RIN.
Cuando Brünnhilde comprende lo ocurrido, ve en el sacrificio el único camino hacia la redención: inmolándose y devolviendo el oro robado al Rin, prepara el camino para un nuevo comienzo para todos.
De las cenizas de Brünnhilde, Wagner hace renacer el tema del amor – escuchado previamente solo en el acto III de LA VALQUIRIA – y llena los momentos finales de EL OCASO DE LOS DIOSES de una atmósfera de esperanza, más allá de la destrucción. ¿Comenzará el juego de nuevo? ¿Tomará otro rumbo?
Argumento
Acto I
En el cuadro primero, el acto comienza en el palacio de los guibichungos, una estirpe que habita a orillas del Rin. Alrededor de una mesa están Gunther, el rey de los guibichungos, y su hermana Gutrune conversando con su hermano Hagen. Gunther, Gutrune y Hagen son hijos de la misma madre pero de diferente padre. Mientras que los dos primeros son hijos del rey Gibich, Hagen es hijo de Alberich el nibelungo. Por eso Gunther posee fuerza, valor, juventud, belleza, una tropa, sirvientes y vasallos, prestigio, buen nombre y una rica herencia, mientras que Hagen es un personaje siniestro, un guerrero fiero, espantoso, inteligente y astuto que continúa con la obra de odio de su padre y anhela la posesión del anillo maldito.
Gunther heredó la primogenitura, y es aconsejado por su medio hermano Hagen para tomar esposa y encontrar un marido para su hermana Gutrune, con el objetivo de aumentar el brillo de su dinastía con ventajosas uniones. Hagen sugiere como esposa para Gunther a Brunilda, la mujer más hermosa del mundo, que reside en una montaña rodeada de fuego; y a Sigfrido, el más famoso de los héroes, como marido para Gutrune.
Gunther no es capaz de franquear la barrera de llamas que protege a Brunilda, solo Sigfrido puede lograrlo, por lo que necesitan que Sigfrido les traiga a Brunilda. Si Gutrune hiciera que Sigfrido la ame, entonces podría convencerlo de que traiga a Brunilda para Gunther.
Hagen da a Gutrune una poción, la bebida de amor, el filtro del olvido, para hacer que Sigfrido olvide a Brunilda y se enamore de Gutrune. Bajo su influencia Sigfrido podrá conquistar a Brunilda para Gunther. Los hermanos guibichungos ignoran que Sigfrido despertó a Brunilda y que se aman. Ambos desconocen que Sigfrido y Brunilda son pareja y que el único fin que persigue Hagen es recuperar el anillo para su padre.
La orquesta toca el leitmotiv de los guibichungos y las caracterizaciones instrumentales de Hagen, Gunther y Gutrune. Cuando aparece ella, se opone un breve paréntesis luminoso en las oscuras tonalidades de la orquesta.
Sigfrido navega por el Rin en una barca y ha oído muchas historias enalteciendo el poder y la nobleza de los gibichungos. Su llegada se anuncia en la lejanía por los ecos de su cuerno de plata y se escucha la plena sonoridad de su leitmotiv, derivado del leitmotiv original de la espada pero en un modo más majestuoso.
Sigfrido se acerca y mientras se escucha el leitmotiv de la maldición de Alberich, Hagen lo saluda y le ofrece hospitalidad. La música tiene aires marciales. Sigfrido llega al palacio de los guibichungos con el propósito de verse con Gunther. Mientras se retira Gutrune, entra Sigfrido, y dirigiéndose a los dos hombres, les pregunta cuál de ellos es Gunther, cuya fama ha oído ensalzar. Dice que viene a combatir o a ofrecer su amistad, que no puede corresponder a los ofrecimientos de Gunther con bienes ni vasallos porque solo posee su acero y su persona pero que los pone a disposición de Gunther si este lo acepta. Entonces Gunther le da una cordial bienvenida.
Hagen le pregunta a Sigfrido por el tesoro forjado por los nibelungos y si Sigfrido se llevó el anillo. Sigfrido le contesta que al matar a Fafner, el dragón, desdeñó las riquezas guardadas por el monstruo. Solo tomó como recuerdo un yelmo que lleva colgado en su cinturón y un anillo que entregó a una mujer sublime y divina. Hagen comprende que alude a Brunilda, pero Gunther no entiende y Gutrune no está presente en la escena.
Aparece Gutrune en escena para saludar a Sigfrido y ofrecerle una bebida de hospitalidad. Gutrune le hace beber el filtro de amor. Se escucha varias veces el leitmotiv de la traición. Ignorando la conspiración, Sigfrido bebe la poción, dedicando un recuerdo a su amada Brunilda, la cual se borra instantáneamente de su memoria. Sigfrido queda inmediatamente prendado de la bella Gutrune y le pide a Gunther que se la conceda por esposa.
Bajo la influencia del encantamiento, Sigfrido se ofrece a conseguir una esposa para Gunther, y este le habla de Brunilda y del fuego mágico que le rodea. El Tarnhelm, yelmo cuya virtud mágica ha revelado Hagen, servirá para que Sigfrido tome la figura de Gunther engañando a Brunilda. Los dos amigos celebran un pacto de alianza, pronunciando su juramento de fidelidad, a la usanza de los antiguos germanos. Ambos se juramentan como hermanos de sangre. Hagen llena de vino un cuerno y los dos guerreros se hacen con sus espadas cortes en los brazos dejando caer la sangre en el vino que toman. Al mismo tiempo se escucha el leitmotiv de la maldición del nibelungo y el leitmotiv del pacto mientras Sigfrido dice que su espada es la garantía de su juramento: es el esperpento de los convenios que garantiza la lanza rota de Wotan.
Ambos juran que si alguno de ellos rompe el juramento, si un amigo traicionara al otro, las gotas de sangre que hoy tan solemnemente han bebido fluirán como ríos para matar al amigo y que lo que en gotas bebieron, salga a torrentes del pecho del traidor. El juramento de Gunther y Sigfrido, ahora hermanos de armas, ofrece adecuado carácter acentuado por la fatídica enunciación del leitmotiv de la maldición, ante la cual también ellos habrán de sucumbir. Sigfrido sale hacia la roca de Brunilda.
Se escucha un intermedio sinfónico que es la inversión de «El viaje de Sigfrido por el Rin». En vez de los alegres sones de la libertad y la confianza aparecen ahora los leitmotiven del héroe combinados con el leitmotiv sinuoso del anillo, el del pacto, el del odio de Hagen y la maldición del nibelungo unida al amor de Brunilda. Se escucha el leitmotiv de la renuncia al amor. La música sintetiza la acción del drama y hace presentir que la ausencia de amor todavía existe en el mundo para causar males y víctimas.
En el cuadro segundo estamos nuevamente en la roca de las valkirias. Vemos a Brunilda absorta en la admiración del anillo, prueba ferviente del amor de Sigfrido. Besa el anillo. Espera impaciente el regreso de Sigfrido.
Un relámpago rasga las nubes. Se oye la «Cabalgata de las valquirias». De pronto el rumor de un trueno y el leitmotiv de las valquirias anunciando la llegada de su hermana Waltraute, quien le cuenta cómo Wotan volvió un día de sus vagabundeos con su lanza rota. Brunilda la recibe con mucha alegría. Pero ¿cómo se atrevió su hermana, al ir a verla, a desobedecer el severo mandato de Wotan? La imagen de Wotan es evocada por las palabras de Waltraute y por la música. Waltraute le refiere que precisamente viene para intentar salvar a los dioses de la catástrofe que los amenaza. Desde que Wotan castigó a su hija, recorrió el mundo sin cesar como el Caminante, viajero solitario.
En el relato de Waltraute queda expuesta la renuncia de Wotan y su deseo de que el anillo sea devuelto, para liberación de hombres y dioses, a la vez que expone la decadencia divina y la desolación que envuelve al mundo del Walhalla. Wotan se encuentra consternado con la pérdida de la lanza, dado que todos los pactos y acuerdos a que había llegado, todo lo que le daba poder, estaban inscritos en su mango. Wotan encargó que le llevaran ramas del fresno del mundo, Yggdrasil, y fueron apiladas alrededor de Walhalla. Envió a sus cuervos a espiar todo el mundo y a traerle noticias, y ahora se encuentra en Walhalla esperando el final. Mudo y sombrío, reina el soberano de los dioses. Las valquirias permanecen suplicantes a sus pies, pero el dios, indiferente, ni las mira.
Wotan ha renunciado ya a su ambición. El rey de los dioses, tras errante peregrinar, vencido por la irresistible espada de Sigfrido, solo desea que la joya maldita, el anillo del nibelungo que causa tantas desventuras, sea restituida a las profundidades del Rin, para que cesen los efectos del anatema que pesa sobre el mundo.
Waltraute suplica a Brunilda que devuelva el anillo a las doncellas del Rin, dado que ahora la maldición está perjudicando a su padre, Wotan. Su relato constituye una evocación musical de todas las escenas de Wotan, el Walhalla, el sombrío desaliento del dios, el ocaso que amenaza el anillo, la maldición de Alberich, y se escucha melancólico el tema de la juventud de Freia, justo en el momento en que Waltraute dice que su padre ya no prueba las manzanas de oro del jardín de la diosa.
Pero Brunilda se niega a deshacerse de la prenda de amor de Sigfrido. Para ella el anillo es el testimonio del amor de su amante y responde que, aunque perezcan los dioses, ella no piensa entregar su anillo. Renunciar al anillo es renunciar a Sigfrido, pues desde que su amante la ha despertado, no tiene más sabiduría que el amor cuyo símbolo es el anillo. ¡Perezca el Walhalla y el mundo entero antes que renunciar al amor! Waltraute huye desesperada maldiciéndola y se la ve correr sobre una nube de tempestad, acompañada por los relámpagos y el huracán. Se escucha el leitmotiv de la cabalgata de las valquirias de música de fondo.
Llega Sigfrido, que ha tomado la apariencia de Gunther usando el Tarnhelm, y reclama a Brunilda como esposa. Ella no lo reconoce y retrocede horrorizada ante la presencia de un desconocido. Aunque Brunilda se resiste con violencia, Sigfrido logra dominarla, arrebatándole el anillo y poniéndoselo él mismo en la mano. La voz de Sigfrido se escucha ronca, desconocida, diciéndole que se convertirá en la esposa de Gunther y Brunilda se desespera. Sigfrido invoca el acero de su espada como testigo de que respetará a la mujer, manteniéndose fiel a su hermano de armas. En ese momento se escucha el leitmotiv del honor, derivado del leitmotiv original de la espada.
Acto II
Un preludio estridente y áspero en sus acordes, da comienzo al segundo acto, las notas sobresaltadas, síncopas, de la ira del Nibelungo indican claramente que la tenebrosa labor del mal no descansa. Estamos nuevamente en el palacio de los guibichungos.
A la izquierda corre el Rin entre grandes rocas, sobre tres de ellas hay altares consagrados, uno a Freia, otro a Fricka y el más elevado a Wotan. El cuadro respira la grandeza ruda y primitiva de los antiguos germanos. Es de noche. En el pórtico del palacio, con su lanza y su escudo, Hagen descansa como si estuviese dormido, pero con los ojos abiertos como un sonámbulo. Como si fuera la personificación de la conciencia de Hagen aparece la figura de Alberich inspirando en sueños a su hijo. Ante la insistencia de Alberich, Hagen jura hacerse con el anillo.
Sigfrido llega con el amanecer, habiendo recuperado en secreto su verdadera fisonomía e intercambiado su lugar con Gunther. Gutrune, quien sale para saludar al héroe, se regocija al saber que pronto llegará su hermano con la hermosa novia, casándose ella al mismo tiempo con Sigfrido.
Dejan solo a Hagen, quien convoca a los guibichungos para dar la bienvenida a Gunther y su prometida. Hagen llama a los guerreros y vasallos para que se apresten a recibir al rey. Se abren las puertas y acuden tumultuosamente, creyendo que son llamados a la explanada del palacio para combatir, pero en seguida prorrumpen en exclamaciones de alegría al saber que van a festejarse las bodas del soberano y las de Gutrune. Trompas internas con reiterados llamados y la grandiosa presencia de los guerreros conforman un episodio de imponente solemnidad.
Gunther llega con una desolada Brunilda. Los vasallos los aclaman mientras el rey avanza llevando de la mano a la novia, con aspecto triste y sin levantar la vista del suelo. Sigfrido y Gutrune salen a su encuentro. En ese instante Brunilda alza los ojos y se queda estupefacta al divisar a Sigfrido entre los presentes. Queda horrorizada y llena de estupor al ver a su Sigfrido. A punto de desfallecer de angustia, Sigfrido la sostiene y entonces Brunilda ve que el héroe lleva el anillo en su dedo. Al ver el anillo en la mano de Sigfrido, concluye que ha sido traicionada.
Brunilda, despechada, declara ante todos que Sigfrido ha sido su amante. La conmoción es tremenda. Sigfrido, que la había respetado durante el tiempo transcurrido desde el despojo del anillo hasta la sustitución de él por el verdadero Gunther, jura su inocencia.
Entonces Hagen presenta su lanza para que el héroe jure sobre el arma que fue leal, Sigfrido jura que si no es verdad lo que dice, si lo que dice Brunilda es cierto y él ha deshonrado a su hermano la espada por la que está jurando debe atravesarlo. Sigfrido no lo sabe, porque no recuerda nada gracias al berbaje mágico que le dio Gutrune, pero en ese momento está firmando su sentencia de muerte. Este juramento, y esta lanza, serán fatales para él. En este momento se escucha el leitmotiv del juramento, que es una transformación del leitmotiv de la espada, pero esta vez aparece como un conflicto entre el intervalo de quinta ascendente y el intervalo de quinta descendente.
Sigfrido, abrazando a Gutrune, penetra en el palacio seguido de las mujeres y de los guerreros, entre los brillantes sones de las bodas. Brunilda, Gunther y Hagen se quedan solos.
Hagen les sugiere a los otros dos traicionar a Sigfrido. Abochornado y avergonzado, Gunther aún vacila: Sigfrido es su hermano de armas, han hecho un juramento juntos, no puede creerlo. Brunilda, ahora mujer engañada, exige una venganza expiatoria para el deshonor que ha sufrido. Profundamente avergonzado por la acusación de Brunilda, Gunther decide, por sugerencia de Hagen, que Sigfrido tiene que morir para que él recupere el honor.
Los tres deciden confabularse para asesinar a Sigfrido. Brunilda, viendo la oportunidad de vengarse de la traición de Sigfrido confiesa a Hagen cuál es el único punto débil de Sigfrido. Ella usó sus poderes mágicos para hacerlo inmune a las armas. Solamente podría ser herido por la espalda, pero como no es un cobarde y jamás huye del enemigo, nunca le vuelve la espalda a este. Ella, convencida de que un héroe tan grande nunca daría la espalda al enemigo, dejó los hombros libres del sortilegio.
Al conocer este dato, Hagen forma un plan, y propone a Gunther, abismado en su dolor y vergüenza, que Sigfrido sucumba en una cacería. El rey duda todavía en ser desleal a su hermano de armas. Al final él también se decide, y los tres personajes se conjuran para que perezca Sigfrido. Hagen jura en nombre de Alberich, padre de los genios de la noche, y queda así unido a las profundidades de la tierra. En cambio Gunther y Brunilda juran en nombre de Wotan, el soberano de los dioses, dios de la guerra.
Hagen y Gunther deciden llevar a Sigfrido de caza y asesinarlo. En la imponente escena final se escucha el leitmotiv del Walhalla, como sombría advertencia y el leitmotiv dominante de Hagen, vengativo y aterrador.
Acto III
En el cuadro primero, en los bosques de la ribera del Rin, las doncellas del Rin se lamentan por la pérdida del oro. Las hijas del Rin recuerdan el oro que custodiaban en otro tiempo, ahora están tristes y oscuras, serían felices si alguien pudiera devolverles el oro, que les fue robado un día. El sonido lejano de un cuerno les anuncia que se aproxima un cazador. Ellas se alejan y en la orilla boscosa aparece Sigfrido, separado de su partida de caza, que se perdió persiguiendo a un oso.
Las doncellas del Rin le piden con vehemencia que devuelva el anillo en el río y así podrá evitar su maldición, pero él ignora sus vaticinios de desdicha. Sigfrido rehúsa desprenderse de la joya que conquistó al dragón Fafner y su negativa provoca burlas y censuras en las ninfas, que se hunden otra vez en la corriente. Para atraerlas nuevamente Sigfrido dice estar dispuesto a darles el anillo, pero ellas lo rechazan diciendo que el anillo está maldito y que le procurará una terrible desgracia. Solo las aguas del Rin podrán purificar el oro y librar al mundo de la maldición. Sigfrido desprecia el peligro, no tiene nada que temer.
Ya Fafner le anunció el anatema y si por las delicias del amor cedería el anillo, jamás lo entregaría por miedo. Si tuviera que vivir esclavizado por el temor, arrojaría su vida como un puñado de tierra al viento. Además, si las Nornas, según le anuncian las doncellas del Rin, tejieron su muerte en el hilo de la vida, su espada Nuevo Nothung, que partió una lanza sagrada, cortará también el hilo de la fatalidad. Con gusto cedería este anillo que le da el dominio del mundo, a las delicias del amor, pero nunca ante amenazas de la muerte. Las doncellas del Rin se alejan nadando y predicen que Sigfrido morirá y que su sucesora, una dama, les dará un trato más justo.
Los cazadores, que buscaban a Sigfrido por el bosque, le llaman a gritos y Hagen hace resonar su cuerno, al que Sigfrido responde con su toque de caza. Sigfrido se reúne de nuevo con los cazadores, incluyendo a Gunther y Hagen. Los cazadores se disponen a descansar en aquel fresco paraje, mientras Sigfrido, riendo, les cuenta que las doncellas del Rin, hijas del Rin, ondinas, ninfas del río, acaban de predecirle su inmediata muerte, pero él, para distraer a sus compañeros, les propone referirles sus proezas juveniles.
Mientras descansan, narra las aventuras de su juventud. Cuenta cómo fue criado por el nibelungo Mime, y cómo él mismo se forjó su fuerte espada, Nueva Nothung, con la cual mató al monstruo, y cómo unas gotas que absorbió de la sangre del dragón obraron la maravilla de hacerle comprender el lenguaje de las aves del bosque. Hagen le da a beber una poción que hace desaparecer los efectos del brebaje que le dio Gutrune y le hace volver la memoria. En ese momento suena el leitmotiv del amor de Brunilda, mientras la bebida devuelve a Sigfrido el recuerdo de Brunilda, borrado por el anterior filtro mágico. Cuenta cómo el pájaro del bosque le reveló la existencia de una hermosa mujer que se hallaba en una montaña rodeada de fuego, cómo corrió hasta ella, despertó a Brunilda y la hizo suya. Este fue el premio a su valor.
De pronto, dos cuervos salen de un arbusto, describen un círculo sobre Sigfrido y vuelan después hacia el Rin. Son los cuervos de Wotan. Hagen pregunta a Sigfrido si comprende también el graznido de aquellas aves y, al volverse Sigfrido a contemplarlos, Hagen aprovecha para clavar su lanza en la espalda de Sigfrido, diciéndole que le están pidiendo venganza.
Sigfrido levanta su escudo para defenderse, pero no lo logra y cae pesadamente al suelo, mientras que se escucha, muy fuerte y estridente, su vigoroso leitmotiv, seguido de unos acordes terribles y violentos como la fuerza del héroe que se desploma. Los otros cazadores quedan horrorizados mientras Hagen, con calma se aleja dentro del bosque. Gunther, acercándose, se agacha, profundamente dolorido, al lado de Sigfrido. Los hombres rodean compasivamente al moribundo.
Desfalleciendo, en sus últimas palabras recuerda a su amada Brunilda. Se escucha el leitmotiv del despertar de Brunilda mientras Sigfrido canta a la novia divina. Sigfrido muere recreándose en sus recuerdos de Brunilda. La música es siniestra y lúgubre. Le pide a Brunilda que despierte y abra sus ojos.
Gunther escucha con asombro y angustia crecientes y empieza a comprender la pérfida maquinación del malvado Hagen. Sigfrido fallece mientras cae la noche, pues cada vez que desaparece Sigfrido desaparece la luz del sol. A una indicación de Gunther sus guerreros levantan el cuerpo de Sigfrido y lo llevan afuera, lentamente, en solemne cortejo por las rocosas alturas. El cadáver es transportado en un solemne cortejo fúnebre. En ese momento se escucha la música popularmente conocida como la «Marcha fúnebre de Sigfrido».
Desde el Rin se levanta una niebla que llena poco a poco todo el escenario, por lo que la comitiva fúnebre se va volviendo gradualmente invisible hasta desaparecer. Se escuchan al mismo tiempo todos los leitmotiven que durante cuatro jornadas se relacionaron con la vida de Sigfrido. Cuando expira, reina un imponente silencio y aumenta un leve redoble de timbales, pianísimo, y los lúgubres sones de las trompas y tubas elevan en la orquesta el triste leitmotiv de los amores contrariados de los padres de Sigfrido, los mellizos welsungos. Sigfrido perece como víctima del odio y con su sacrificio precipita el final del mundo mítico.
Este es el segundo interludio sinfónico que une al primer cuadro con el segundo cuadro del tercer acto, mientras los vasallos de Gunther conducen el cadáver del héroe hacia el palacio de los guibichungos.
En el cuadro segundo estamos de nuevo en el palacio de los guibichungos, Gutrune espera el regreso de Sigfrido. Entra Hagen encabezando la procesión fúnebre. Gutrune reacciona con una profunda desesperación al ver a su prometido muerto. Hagen anuncia que el héroe ha sido víctima de un jabalí. Gutrune, desesperada, se precipita sobre los restos mortales de su esposo. Gunther intenta consolarla, pero ella le acusa de haber dado muerte a Sigfrido. Gunther condena el asesinato de Sigfrido a manos de Hagen, y este replica que Sigfrido había faltado a su palabra, y reclama el anillo que Sigfrido lleva en la mano como derecho de conquista. Cuando Gunther lo rechaza, Hagen lo ataca y asesina. Gutrune grita con horror al caer Gunther. Todos permanecen paralizados por el terror. Hagen va a tomar el anillo del cadáver de Sigfrido, pero la mano de Sigfrido se levanta amenazadora. Todos retroceden despavoridos, al tiempo que de la orquesta surge el leitmotiv de la espada victoriosa de Sigfrido.
En ese momento aparece Brunilda, lenta y majestuosamente, aludiendo a su pasado de valquiria. La muerte de Sigfrido le ha devuelto la videncia que había perdido con el amor. Ahora comprende claramente lo sucedido. La traición fue efecto de la pérfida magia. Gutrune, fuera de sí, le echa en cara a Brunilda haber exaltado a los guerreros para que mataran a su esposo. Le dice que la envidia la corroe, que ella les trajo esta tragedia, le acusa de haber vuelto a los hombres contra él y lamenta que haya venido a su palacio. Brunilda le dice severamente que se calle, que ella no fue más que su amante, su concubina, que solo la valquiria fue su legítima esposa. Gutrune, sollozando, maldice a Hagen. Llena de pesadumbre se deja caer sobre el cuerpo de Gunther. Permanecerá inmóvil hasta el final.
Hagen está de pie en el lateral opuesto, apoyado desafiante en su lanza y escudo, sumido en sombríos pensamientos. Brunilda, sola en el centro, después de haber estado largo rato contemplando a Sigfrido, se da vuelta con solemnidad hacia los súbditos de Gunther. Brunilda da órdenes para que se eleve una pira funeraria junto al río, adornada por las mujeres con lienzos, ramajes y flores. En ese momento se escucha en palpitantes acordes el leitmotiv del poder de los dioses, que es una transformación del leitmotiv de la lanza de Wotan, pero esta vez la escala menor ascendente se separa de su inversión, la escala menor descendente.
Brunilda se despide tiernamente de los restos mortales de Sigfrido, expresando cuán grande ha sido su amor y su sufrimiento. Al mismo tiempo reconoce en su padre, Wotan, al único culpable de la catástrofe. Todo es responsabilidad de la maldición que Alberich echó sobre Wotan cuando el rey de los dioses le robó su anillo de oro. Brunilda proclama que la estirpe divina va a perecer, y dirige a Wotan su último saludo, responsabilizando a su padre de todo lo sucedido.
Brunilda cumple la voluntad de Wotan, no aquella voluntad primera de la conquista heroica del universo, sino su voluntad de aniquilar toda voluntad. Al traicionarla Sigfrido, ella recuperó el poder de sabiduría que había perdido al convertirse en una mujer enamorada. Brunilda toma el anillo y se dirige a las hijas del Rin, diciéndoles que lo tomen de entre las cenizas, que el fuego purificará al anillo de su maldición mientras que las doncellas del Rin en el agua lo disolverán y, con cuidado, protegerán ese oro brillante que tan vilmente les fuera robado.
Ella desea extinguirse en el fuego con el anillo puesto como alianza de bodas. La valquiria envía a los cuervos de Wotan con su dueño, en vuelo de mortal retorno al Walhalla para que le lleven las «noticias tanto tiempo esperadas». Les ordena que pasen junto a su roca. En la orquesta crepita y surge con inusitada brillantez el leitmotiv del fuego, que se presenta con sonoridades cada vez más intensas. Les dice a los cuervos que anuncien a Wotan todo lo que han visto y que le digan a Loge que abandone la montaña de Brunilda y vaya al castillo de los dioses a quemarlo todo. Invoca a Loge, el dios del fuego, para que las llamas, que han de consumir el cuerpo de Sigfrido y el de ella misma, asciendan al Walhalla.
El mundo va a redimirse por el amor, única fuente de felicidad. Por la grandeza de ese amor ella se sacrificará junto al héroe querido. No se halla la felicidad en las riquezas ni en el oro, ni en la magnificencia ni en el poderío, ni en los lazos con que nos atan a traidores pactos. La dicha está en la alegría y en el llanto solo nos proporciona el amor.
Se prepara el imponente final, popularmente conocido como «Inmolación de Brunilda». Ella misma prende fuego a la pira. Ahora la pira arde en llamas. Se escucha el leitmotiv de Loge. El poder ha sido disuelto para mayor gloria del amor. Brunilda monta su caballo Grane y cabalga en el fuego.
Lo que sigue es quizás una de las escenas más difíciles de realizar para un director de escena en toda la historia de la ópera: el fuego se eleva mientras el Rin se desborda de su cauce, llevando las doncellas del Rin sobre las ondas. Hagen desaparece entre las aguas. Las doncellas del Rin huyen nadando, llevando el anillo en triunfo. El palacio de los guibichungos colapsa. A medida que las llamas crecen en intensidad, el Walhalla empieza a verse en el cielo. El oro mágico libera al mundo del anatema, poniendo fin al reino de los dioses y de la fantasía. Tanto el señor del mundo como las demás deidades refugiados en las desoladas alturas del palacio, esperan ahora el implacable final. Todo el Walhalla es una gigantesca antorcha.
En escena vemos a Wotan, en lo alto, mudo. A lo lejos parece incendiarse el cielo. Brillantes llamas parecen alcanzar el palacio de los dioses, en el que pueden verse estos, que desaparecen poco a poco de la vista. Arde el Walhalla y perecen los dioses.
Se cumple la profecía de Erda, la sabia madre de la tierra, quien predijera a Wotan las fatídicas consecuencias de la posesión del anillo maldito. Si Alberich renegó del amor en aras del poder, al inicio del ciclo, Brunilda completa el círculo en su final anunciando que el poder ha sido disuelto para mayor gloria del amor. Cuando Sigfrido, Brunilda, Hagen y todos los demás han desaparecido, el héroe supremo de la tragedia, Wotan, aparece de nuevo, inmóvil, sentado en el elevado sitial, sonriendo eternamente, una vez más, por última vez, mientras el incendio se extiende y los dioses, el Walhalla y el mismo Wotan, con todos sus sueños y sus pensamientos, son consumidos por las llamas del fresno del mundo.
Se escucha el leitmotiv de la redención por el amor, que cantó por primera vez Siglinde al conocer que llevaba en su seno la semilla de Siegmund. Luego, el río Rin, sosegado, torna a su cauce. Dioses y héroes perecen ante el inexorable poder del anatema que culminará con el aniquilamiento total. Los dioses han corrompido el mundo desde el principio y perecen por su propia voluntad de poder.
El remate sinfónico es una vasta recapitulación en la cual se reúnen todos los leimotiven relevantes, las cadencias, las tonalidades y los fragmentos de formas y hasta detalles de orquestación que regresan para resumir esta gran parábola de la existencia humana que es El anillo del nibelungo. Cae el telón.
Programa y reparto
Director musical: Sir Donald Runnicles
Producción y escenografía: Stefan Herheim
Escenografía: Silke Bauer
Vestuario: Uta Heiseke
Video: Torge Møller
Iluminación: Ulrich Niepel
Dramaturgia: Alexander Meier-Dörzenbach, Jörg Königsdorf
Director del coro: Jeremy Bines
Siegfried: Clay Hilley
Gunther: Thomas Lehman
Alberich: Michael Sumuel
Hagen: Albert Pesendorfer
Brünnhilde: Catherine Foster
Gutrune: Felicia Moore
Waltraute: Annika Schlicht
1. Norna: Lauren Decker
2. Norna: Karis Tucker
3. Norna: Felicia Moore
Woglinde: Nina Solodovnikova
Wellgunde: Karis Tucker
Floßhilde: Stephanie Wake-Edwards
Coro: Coro de la Deutsche Oper Berlin
Orquesta: Orquesta de la Deutsche Oper Berlin
La Deutsche Oper Berlin
La Deutsche Oper Berlin es una compañía de ópera se encuentra en el barrio de Charlottenburg de Berlín, Alemania. El edificio residente es el segundo teatro de ópera del país y también la sede del Ballet Estatal de Berlín.
La historia de la compañía se remonta a los Opernhaus Deutsches construidos por la ciudad, entonces independiente de Se inauguró el 07 de noviembre 1912 con la actuación de Fidelio de Beethoven Charlottenburg-la "ciudad más rica de Prusia"-de acuerdo con los planes diseñados por Heinrich Seeling partir de 1911., realizado por Ignatz Waghalter. Tras la incorporación de Charlottenburg por la Ley de la región de Berlín 1920, el nombre del edificio residente fue cambiado a Städtische Oper (Ópera Municipal) en 1925.
Deutsches Opernhaus, 1912
Con el Machtergreifung nazi en 1933, la ópera estaba bajo el control del Ministerio de Instrucción Pública y Propaganda del Reich. Ministro Joseph Goebbels tenía el nombre cambió de nuevo a Deutsches Opernhaus, compitiendo con la Ópera Estatal de Berlín, en Mitte controlado por su rival, el ministro-presidente de Prusia Hermann Göring. En 1935, el edificio fue remodelado por Paul Baumgarten y los asientos reducida 2300-2098. Carl Ebert, el gerente general de pre-Segunda Guerra Mundial, decidió emigrar de Alemania en lugar de suscribir la opinión de los nazis de la música, y pasó a co -encontró el festival de ópera de Glyndebourne en Inglaterra. Fue reemplazado por Max von Schilling, quien accedió a promulgar obras de "carácter alemán puro". Varios artistas, como el director de orquesta Fritz Stiedry o el cantante Alexander Kipnis siguieron Ebert en la emigración. La ópera fue destruido por un ataque aéreo de la RAF el 23 de noviembre de 1943. Actuaciones continuaron en el Admiralspalast en Mitte hasta 1945. Ebert regresó como director general después de la guerra.
Después de la guerra, la empresa en lo que ahora era Berlín Occidental utilizó el edificio cercano de los Teatro del Oeste, hasta que se reconstruyó la casa de la ópera. El diseño sobrio de Fritz Bornemann se completó el 24 de septiembre de 1961. La producción de la apertura era de Mozart Don Giovanni. El nuevo edificio se inauguró con el nombre actual.